DAVID TRUEBA
Director de cine
EL ESTADO DA EJEMPLO
En las trifulcas laborales suele existir una tendencia bastante humana a alinearte siempre con los de tu lado. Si eres empresario, solo ves el drama del empleador, sus dificultades para mantener a flote el negocio y la abusiva protección a los trabajadores. En cambio, si eres trabajador, tienes una tendencia natural a considerar al empresario un explotador, al empleado una víctima del sistema y a sentir que toda la protección está del lado del capital. Pues bien, tienen cierta razón los dos y de ahí que el Estado se tenga que convertir en el que vele por los intereses objetivos de ambos. He oído en ocasiones a políticos de esos que rapiñan votos, decir que las leyes de protección a las víctimas de violencia doméstica esconden casos de mujeres que engañan y acusan con mentiras de malos tratos. La proporción es tan pequeña que ofende que se pongan en cuestión leyes para la protección de un mal tan vergonzante. Todos conocemos casos donde el engaño se localiza en las leyes de protección a los trabajadores o la legislación sobre suspensión de pagos y quiebra de empresas. En ese territorio laboral hay más engaño que en casi ningún otro, pero sin embargo a nadie en su sano juicio se le ocurriría cuestionar el sistema de garantías. Sucede lo mismo con el acceso de la mujer a la igualdad laboral. Es hora de atajar la diferencia de honorarios por un mismo puesto que afrenta a las mujeres. Igual que es tiempo de inventar un sistema por el que una mujer cuando se queda embarazada no se convierta en una amenaza para su empleador y se racionalice esta situación que tanto daño está haciendo a la carrera laboral de las mujeres.
Pero en todas las situaciones mencionadas siempre hay una máxima a la que nos tenemos que someter, es a la ley. Por eso son tan dañinas las reformas laborales que no se escriben con la intención de proteger a todos por igual, de ser equilibradas, razonables y honestas. Es aún más chocante que el Estado, cuando se convierte en empresario, se comporte de una manera nada ejemplar. Qué harán los empleadores más desaprensivos si se fijan en la manera que tiene su propio Estado de comportarse con sus trabajadores. Todo esto viene a cuento de una nueva condena de la justicia de Unión Europea a la sanidad española. Qué haríamos sin los tribunales europeos, en tantas ocasiones más firmes defensores de los derechos en nuestro país que nuestros propios gobiernos locales. Una enfermera española denunció el perverso mecanismo por el que su Comunidad venía contratándola de manera reiterada. Tuvo que someterse a una renovación de contrato temporal durante siete veces consecutivas, siendo despedida y vuelta a contratar para cumplir con ese ventajismo legislativo.
La normativa española permite este tipo de excesos. Nos viene bien saberlo para cuando oímos elogiar la reforma laboral en un país lleno de parados sin incentivos para buscar empleo. Ha sido el tribunal europeo el que ha protegido a esta enfermera de un abuso continuado por parte de la autoridad. La normativa europea vela de mejor manera por el empleado público y el tribunal de la UE ha fallado a favor de la empleada sanitaria. Pero más allá del caso concreto se impone una reflexión sobre las formas y hábitos nacionales. Si el Estado como empleador se erige en una especie de máquina injusta de contratación precaria, resulta difícil presionar al mercado laboral para que mejore sus condiciones. Nos estamos acostumbrando con demasiada facilidad a la injusticia. Es bueno ver los conflictos desde todos los puntos de vista, pero en la política de recortes sociales hay también un rincón muy expresivo que incita a la explotación laboral y la precariedad y nosotros parecemos bendecirla en aras de cuadrar los presupuestos. El Estado debe ser un ejemplo de empresario riguroso en la exigencia, pero también justo en los derechos laborales y las garantías de las personas que trabajan para él. Lo demás es una trampa que contagia a la sociedad en su conjunto. Otro mal ejemplo de la autoridad.
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