A este lado del mundo ha resultado ser un proyecto un poco sorpresivo, como si lo hubieras rodado en secreto, sin anunciarlo en prensa. ¿Hay algún motivo?
Surgió de la necesidad de rodar en Melilla con tranquilidad, poder entrar en lugares y acceder a condiciones que no se transformaran por la llegada de un rodaje y se contaminaran de falsedad. Alguien de la ciudad me dijo que los melillenses están hartos, y con razón, de ser solo escenario de rodajes de narcotraficantes y problemas de inmigrantes. Precisamente quería eludir, ya en el guión, esas tramas un poco artificiosas. Nuestra visión sería más kafkiana. De hecho, cuando gente del equipo me pedía referencias visuales, a todos les invitaba a leer El castillo de Kafka, esa literatura tan visual sobre el encargo de nada, la presencia sin sentido, la vaciedad emocional.
¿Cómo nace la idea de la película?
Proviene de las indagaciones sobre la importancia del paisaje en la vida de las personas que hice para elaborar mi novela Blitz. Allí un paisajista menciona las vallas antimigratorias como una forma de paisaje tan natural al ser humano como la barrera de coral al mundo submarino. Hay que pensar que las vallas se remontan al origen del hombre, casi te diría que al Edén bíblico antes incluso que a los archifamosos muros de Babilonia. En lugar de proteger, las vallas encierran al que vive dentro, se ha demostrado que los emigrantes aumentan en los países vallados por el mero hecho de que no se atreven a salir, a volver al lugar de origen ni cuando tienen vacaciones y algo de dinero. Luego tenía un monólogo teatral que nunca puse en escena llamado «Mr. No sé». Ese personaje, que representa al español medio, que no tiene actitud frente a la inmigración, sino que quiere que sea algo que resuelva el estado por él, que no le manche, que no le afecte. Ni para bien ni para mal. Quiere frenar la invasión de extranjeros que le dicen que hay, pero no quiere ser un malnacido que los maltrate en la frontera. Lo quiere todo, pero a todo contesta No sé. Porque no quiere saber. Ese personaje es el origen de la película.
¿De ahí esa cierta pasividad casi objetiva del personaje principal que interpreta Vito Sanz?
Eso es. Quería alguien centrado, apolítico, muy representativo de la España joven, cuya única preocupación consiste en cómo ganarse la vida, pues su vida se ha precarizado mucho. Tengo enorme simpatía por esas personas que no se decantan, que viven en el filo, que no ejercen la moral facilona ni tienen una visión superideologizada del mundo. Son la gente corriente. Son aquellos que van descubriendo la vida sin grandes prejuicios. Se hacen más sabios solo a medida que avanza su experiencia propia.
El personaje de Anna Alarcón es casi lo contrario en actitud. Hace una interpretación fantástica, ¿cómo la encontraste?
A Anna Alarcón la había visto en teatro en Barcelona varias veces. Es una persona potente, ambigua, interesante. Tiene esa fuerza en los ojos, esa ironía, pero al mismo tiempo una ternura nada fácil de encontrar. Escribí el papel con ella en la cabeza y fui a ofrecérselo a Barcelona para traérmela hasta Melilla y que interpretara a la Nagore del guion. Es una actriz fantástica, que completa con Vito una especie de contraste maravilloso entre dos personalidades opuestas. Es el personaje fuerte de la película, junto al de Joaquín Notario, que es un actor del teatro clásico con el que ya había trabajado en Soldados de Salamina y que aquí es fundamental.
Da la sensación de que tienes un equipo habitual, con el que trabajas rápido y con enorme sintonía. ¿Es así?
Sí, hemos formado una tropa de asalto, una especie de comando de guerrilla que rueda con rapidez y en condiciones extremas. Recurrí a esa forma de trabajar para poder hacer la serie ¿Qué fue de Jorge Sanz? Luego trabajé en esas condiciones en películas como Madrid 1987 y Casi 40. Pero todos los integrantes del equipo conocen mi obsesión, que consiste en lo siguiete: aunque al rodaje lo podríamos llamar underground no quiero que le corresponda una imagen de pobreza o de exhibición de pocos recursos, sino todo lo contrario. Que el acabado sea natural. No me gustan las películas que buscan la conmiseración del espectador, su caridad cristiana por la pobreza de sus medios. El espectador ha de ser egoísta por naturaleza. Ese es el reto para el director. Me gusta que las películas, por pequeñas que sean, compitan en el territorio de lo convencional. Todas las películas son convencionales. Porque el espectador, mayoritariamente, lo es. Y quiere que le cuenten una historia y se la cuenten bien.
En esta ocasión has añadido una banda sonora muy particular.
Sí, gracias a Javier Limón conocía a Layth Sidiq y a la flautista Tali Rubinstein. Hablé con él de la posibilidad de que se juntaran los tres. Y Javier es fantástico porque hace todo fácil, es de una disponibilidad y generosidad infrecuente. Él viene del flamenco, de Huelva, Layth viene del Oriente Próximo, su violín suena como un viaje en el tiempo y en el espacio, es algo mágico. Y Tali es una superdotada de la flauta, de origen israelí, pero afincada en los Estados Unidos. Queríamos poca música, pero que sonara con presencia en algunos momentos. Y luego está Ondina que interpreta a la novia de Vito y que como el personaje hace su propia música y trata de vivir de ello. Así que le pedí una canción que es la que Vito escucha en su coche y que Ondina compuso para la película.
¿No es una película sobre la inmigración al uso? Te diría que es hasta una película algo incómoda para el espectador español.
Porque no se centra sobre el emigrante bueno que sufre lo indecible. Hay un género algo ya manido de películas sobre inmigración. El cine social, declaradamente social, tiende al arquetipo y el tópico. Le falta humor y filo. Prefería por eso que el punto de vista fuera el de un español medio, que viste como un joven empleado de gran empresa, que vota a Ciudadanos, o mejor dicho lo votaba cuando representaba al centro político, ese ideal nacional. Lo que quiere el personaje protagonista es que el mundo funcione, pero sin discursos dogmáticos. Tomas ese personaje y luego le complicas la vida. Es un modelo narrativo. Ya he dicho muchas veces que yo soy un enamorado de lo narrativo, porque creo que la humildad es fundamental para un artista y someterse a los procesos narrativos es como someterse a la métrica en poesía, a la rima de una canción, a la paleta de colores del óleo y las dimensiones de un lienzo. No es algo que disminuye tu potencia de artista, sino que la multiplica. Contar a través de personajes te da más libertad que cualquier otro acercamiento, incluso ensayístico. Así lo creo, puede que esté equivocado, pero es mi línea de trabajo, siempre. Lo narrativo en primer lugar. Y prohibido aburrir.