DAVID TRUEBA
Director de cine
ESA VIOLENCIA
Una tarde iba caminando por la ciudad y caí unos pasos por detrás de una joven muy hermosa, a la que solo veía la espalda. Yo no tenía demasiada prisa, así que fui adecuando mi cadencia a la de la muchacha y mantuve con ella la distancia, porque lo que apreciaba me perturbó sobremanera. Apenas cinco pasos por detrás de la mujer, pude comprobar que una gran parte de los hombres con los que se cruzaba reaccionaban de manera extraña ante ella. No era solo que apreciaran su belleza y sus contornos físicos, que eso cualquier lo puede entender, lo peor fue comprobar que muchos de ellos se sentían con una especie de derecho superior. Las miradas pasaron de ser apreciativas a inquisitivas o petulantes y en alguna ocasión incluían frases o proposiciones un poco exageradas. Lo peor era el mirar de aquellos que se sentían con derecho a una cierta posesión. El caso es que en apenas tres minutos comencé a sentirme violentado y bastó que nos cruzáramos, la chica y yo, a dos o tres grupos de hombres y muchachos para que la cosa fuera a peor. Porque el español, en grupo, es siempre más lanzado y atrevido, y entonces ya no era solo un comentario, sino un grito o una salvajada expresada sin tapujos. Finalmente la chica se perdió y yo volví a mis asuntos, pero durante días me fue imposible olvidar ese absurdo grado de violencia al que se enfrenta una mujer en nuestras calles.
Supongo que a muchos les parecerá exagerada esta apreciación. No soy una persona demasiado pusilánime o que deje de entender que la pulsión sexual es irreprimible. Lo que me molestó es que la gestualidad a la que la muchacha se enfrentaba no era tolerable, sino invasiva e hiriente. A nadie se le escapa la violencia que se ceba contra las mujeres, lo vemos a diario en los noticiarios y sanfermines, pero uno no espera que sea tan obvia en cualquier calle. Me sucede igual cuando analizo las redes sociales, percibo que hay un exhibicionismo general, una tontuna expandida en presumir de lo poco que se es, pero en el caso de las mujeres ha alcanzado un nivel de exposición y examen inaudito. Sucede también cuando las mujeres se dedican a la política. De manera automática tienen que sufrir un nivel mayor de juicio que incluye su pelo, su aspecto, su ropa, su talla. También el acoso en las redes se ceba en mujeres y chicas, a las que se juzga y promociona en función de los atributos más superficiales. Participan de ello muchas de las protagonistas, pero lo peor es ese grado de escaparatismo humano que acaba siempre por ser degradante y violento.
La violencia sexual ha encontrado en las redes un modelo de expresión aceptado, cuando los chicos muestran sus conquistas sexuales para ser aplaudidos en el grupete. Esto proviene, directamente, del terrorífico enfoque que dan los medios de comunicación a las novias de futbolistas, por ejemplo, y el festejo de sus ligues como si fueran goles paralelos en su absurda carrera. En todos estos casos, la mujer es degradada a mera pieza de caza y el admirado es el imbécil con fusil. Cuesta ser conscientes de que los episodios más dañinos y criminales en relación a los abusos sexuales forman parte de una cadena que nace desde el más miserable gesto en la formación de una persona. Lo que temo es que después de muchos años de luchar por la igualdad de la mujer, hayamos llegado a esta vertiente tan peligrosa de la violencia latente. Sería bueno que todo hombre en España se sintiera mujer durante un rato y analizara los comportamientos que ellas se cruzan en cada jornada particular. Les aseguro que la conclusión es demoledora. Hemos permitido que en nuestro entorno se acomode una violencia insoportable contra la mujer. En nuestra mano está rebajar esa sensación tan degradante. Pero no basta con escandalizarse con episodios puntuales y crímenes llamativos. Hay que tomar partido desde el más mínimo gesto y erradicar de nuestro alrededor este grado intolerable de acoso, de enfermiza posesión, de amedrentamiento sutil. Eso también es violencia.
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