XL Dominical. Logo

David TruebaDAVID TRUEBA
Director de cine

OBEDECER A LAS ENCUESTAS

Vivimos regidos por las encuestas. Dicen que los políticos dan mucha importancia a las encuestas en su acción de gobierno, en su búsqueda de alianzas y en sus discursos. Se puede apreciar la parálisis de la iniciativa política en España, donde cada líder está pendiente de si sus movimientos serán refrendados por la aceptación popular. Cualquiera sabe que las encuestas rigen también las políticas de las empresas. Y mucho más su publicidad, si no, sería imposible entender que los deportistas anunciaran todos los productos de consumo masivo. Se necesita popularidad blanca, gente sin discurso problemático y con aspecto saludable para venderlo todo. Nadie elige como imagen de marca a personas que tengan filo, que sean particulares, atrevidas, con criterio propio. Todo eso les puede perjudicar para llegar al gran público. Las encuestas dejan de ser consultas y se convierten en órdenes. Nosotros tenemos que obedecer a las encuestas y no al revés, como sería saludable. Las encuestas empiezan a ser amenazadoras, como un poder paralelo usado para el mal y lo pusilánime. Se ve muy claro en la televisión. Las cadenas usan las encuestas de audiencia para justificar su penosa programación. Es lo que le gusta a la gente, dicen los ejecutivos. Y todos tan felices.

Las encuestas son tan importantes que los analistas de encuestas se han convertido en los más relevantes opinadores y tertulianos. Es coherente. Ellos podrán desbrozar todo el contenido que nos ofrecen los estudios de mercado y ya no hace falta una lectura personal de la actualidad, una reflexión particular, sino solo saber leer lo que nos dice una encuesta. Pero quizá perdemos de vista el enrome peligro que esta actitud generalizada nos acarrea. Nos estamos convirtiendo en un país previsible, lleno de gente que dice obviedades para agradar y donde no se premia la independencia de pensamiento, sino que se castiga. Se habla a menudo de lo políticamente correcto, pero hay una cosa aún pero, lo popularmente correcto. Conceder a las encuestas el valor de la verdad es una mentira muy útil para algunos. Se imponen mandamientos y actitudes porque consiguen la aprobación general. Mucho me temo que los mejores inventos, los mejores descubrimientos científicos, las mejores obras de arte, los mayores avances sociales y las mayores personalidades políticas habrían sido imposibles si sus protagonistas hubieran estado pendientes de la aceptación.

Cuando criticamos el momento que vivimos en la política nacional como el más mediocre desde que se instauró la democracia, nos olvidamos de que la razón por la que esto sucede es porque todas estas personalidades se muestran condicionados por los estudios de mercado, amenazadas por ellos, asustadas. No dan un paso propio, sino que esperan a ver la lectura del paso que deben dar para no perder a su clientela. La radical estupidez que encierra este comportamiento nos aboca a un territorio desértico de ideas y de excitación, donde el riesgo está boicoteado por el miedo. El miedo a perder apoyos, a no ser entendidos, a ser castigado por el voto popular. Alguien debería recordarnos que las encuestas nos pertenecen, que son un instrumento de medida, pero no de calificación. Un buen político es aquel que tuerce las encuestas desfavorables, que es capaz de explicar sus acciones aunque en un primer instante no sean comprendidas, que no tiene miedo a perder el apoyo de su gente en un momento puntual si cree que su acción será positiva en el largo plazo. Cuando veo que los partidos más jóvenes de nuestra política tienen un departamento de estudio de encuestas que delimita su discurso, lo transforma y lo adecúa a lo que se lleva en esa temporada, como si fueran una línea de ropa de verano, pienso que están labrando su mayor fracaso. Para cambiar la realidad hay que sacudir la realidad no dejarse aplastar por ella. Lo que transmiten es una mentira constante, una pose adecuada a cada momento, un discurso líquido que se somete a lo dictado por la opinión mayoritaria, siempre superficial y caprichosa. Si obedecemos a las encuestas somos peores, no mejores. Son un instrumento de consulta muy valioso, pero son un mecanismo de mando terrorífico.

Más artículos en en El País, en XL Dominical y en El Periódico.