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David Trueba


DAVID TRUEBA
Director de cine

RECUPERAR CIERTOS COMPLEJOS

 

Nos pasamos medio siglo superando complejos. Era algo imprescindible. Primero, como país. No podíamos sentirnos apartados de la historia, por más que en la primera mitad del siglo pasado cometiéramos todos los errores posibles hasta quedarnos, pese a la ventaja geográfica, desplazados fuera de Europa y su destino. Ese complejo nacional, que tuvo que ver también con la tragedia de ver a algunas de las cabezas más brillantes de este país cortadas o en el exilio, estuvo bien superarlo y comenzar a sentirse con derecho a formar parte del progreso y racionalidad. Ese mismo complejo estaba implantado en las personas. Era común que existiera una sumisión al poder que evidenciaba más miedo que respeto. Si algo reprochábamos a nuestros padres era una cierta incapacidad para sacudirse el mal de encima, para aceptar las peores prácticas del poder tan solo porque querían alcanzar un tiempo de concordia. Y luego estaba el complejo por los orígenes, la procedencia, algo que era muy palpable en la burla, el menosprecio y el olvido de regiones enteras y de personas que no pertenecían a la élite establecida.

Con la democracia llegó la sacudida de los complejos que tenían que ver con la vida íntima. En primer lugar las mujeres, las esposas, dejaron de aceptar una inferioridad impuesta. Y junto a ellas, los hijos y, con ellos, las sexualidades. Y así poco a poco los españoles fueron dándose cuenta de que los complejos eran una rémora y decidieron no aceptar ninguno, incluso sacudirse las superioridades morales, porque una vez establecida una tabla rasa, no tenía mucho sentido seguir escondiendo lo que uno era o sentía. Pero pasado un tiempo nos hemos dado cuenta de que el proceso actual tendría que tener algo de inverso. Ya no vamos a aceptar que nadie gobierne nuestra vida privada ni que considere a nuestro país un desgajo de Europa, por más que haya instituciones reaccionarias que pretendan negar lo primero y gobernantes ineptos que rocen el logro de alcanzar lo segundo. Pero hay ciertos complejos que resultan ser muy positivos y estaría bien recuperarlos.

No es raro ver que personas de una ignorancia supina sobre alguna actividad profesional opinen de ella con descaro, que los zoquetes humillen al sabio y estudioso, que los programadores desprecien el talento y la belleza frente a lo grotesco y zafio. También las redes sociales han potenciado el valor de la opinión corta y contundente por encima de la reflexión y el estudio. Cada vez más asistimos discusiones interminables que mantienen dos mentirosos, falseando datos, negando evidencias y torciendo a su favor cualquier argumento. Carecen pues de complejos ante la mentira, la desinformación y la necedad. Complejos, que digámoslo claramente, son muy necesarios. Es fundamental que una persona tenga un cierto complejo ante otro que sabe más, como tendríamos un cierto complejo si corriéramos los cien metros ante Usain Bolt. Negar que es más rápido que nosotros no es sacudirse un complejo, es fabricar un imbécil.

El ejercicio psicológico de eliminar complejos ha sido maravilloso, pero ahora toca entender una lección más dolorosa, que algunos complejos tienen su razón de ser. Frente a nuestras carencias y debilidades no hay que poner ese empeño negador, esa estúpida cabezonería del oye, tú, que yo soy un tipo sin complejos. No, conviene reparar y admirar en otro lo que no poseemos. Y frente a la maldad moral, a la corrupción y al daño a los desfavorecidos no tocar gritar, venga ya, sin complejos a robar y humillar a los demás, que a mí no me juzga nadie. Como país, toca incluso sentir un complejo terrible, al ver la incapacidad para quitarnos de encima a los invasores sucios de las instituciones y ponderar lo inferiores que somos con respecto a países de nuestro entorno que imponen normas no escritas para limpiar la casa. Frente a la apoteosis de la estupidez ruidosa y de la crueldad pública para diversión generalizada, toca sentir un enorme complejo. La tarea más difícil ya está hecha, saber vivir en una democracia con la plenitud que conceden las libertada, ahora queda, por duro que parezca, volver a recuperar algunos complejos necesarios para la decencia.

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