DAVID TRUEBA
Director de cine
SE HAN HECHO MAYORES
En los últimos tiempos es constante la trifulca irresoluble en torno a los límites expresivos en las redes sociales. La crueldad de algunos comentarios sorprende a quienes esperan que cuando tu voz se significa en la esfera pública lo haga con cierta mesura y respeto. Hay chistes y comentarios que tienen por finalidad aventurarse más allá de la risa para provocar el escalofrío. Son ya de por sí un género. Lo que sucede es que, de manera aleatoria y según los ofendidos te sean más o menos simpáticos, procedes a reclamar un castigo penal. Es bastante ridículo ver cómo te parece gravísima una ofensa que sin embargo días después no consideras más que una travesura si afecta a otros. Y así la controversia es inacabable. Entonces suele entrar el gobierno y las oficinas de protección y la fiscalía, que actúan según sopla la ventolera mediática, ignorando asuntos o sobreactuando en otros con la única finalidad de salvar su cara. En muchos casos generan mayor problema con su actuación arrebatada.
Con la muerte reciente del torero Víctor Barrio sucedió algo singular. Los medios de comunicación reprodujeron de manera viral los peores comentarios que su muerte había suscitado en las redes sociales. Fueron tan difundidos que al final daba la sensación de que representaban a un grueso conjunto de la población, cuando la realidad es que se limitaban a especímenes muy particulares. Por desgracia son habituales quienes utilizan la desgracia ajena para tener razón, para lucir su verbo y para tratar de ganar con la ofensa lo que no podrán ganar nunca con la razón. Esto es un comportamiento humano, que es miserable, seguro, pero que no parece fácil de erradicar. Los comentarios ofensivos son lanzados a la red para presumir de músculo, cuando la realidad es que delatan la insignificancia de quien los emite. Alguien que necesita hacerse notar cuando no es el protagonista es tan solo un infeliz que carece de vida propia y por lo tanto trata de irrumpir en las vidas de los demás para llenar de algo su vacío. A estas alturas del mundo, educar a una persona adulta ya no puede ser el cometido de la fiscalía.
Y es aquí cuando entra en juego el forzar los códigos penales para que quepa todo aquello que la sociedad considera reprobable. Pero no funciona, porque el derecho no está inventado para eso. Y el resultado es un atasco judicial donde se tratan de resolver asuntos que tienen más de pedagogía social que de enjuiciamiento criminal. El error nace casi dos décadas atrás, con la llegada de los mundos virtuales que desembocaron en la comunicación masiva e inmediata. Fue entonces cuando surgió el primer fenómeno complejo que no supimos tratar. El pirateo digital asomó la patita en el mundo virtual mucho antes que las redes sociales se impusieran como organismo vivo. La descarga ilegal de material musical ofreció una oportunidad para dictar el comportamiento general. Pero interesaba entonces mirar hacia otro lado. Poco a poco, la comunicación en las redes se fue contagiando de la impunidad y al día de hoy mucha gente considera que hay dos esferas de realidad. La del día a día en tu oficina, en casa, en la calle y la de las redes sociales. En la primera no se te ocurriría entrar en el velatorio de un fallecido e insultarle a él y a su familia y a sus compañeros de oficio. En la segunda, en cambio, sí. ¿Por qué? Porque dejamos establecerse una impunidad y al día de hoy seguimos sin entender la regla básica para sobrevivir con decencia al mundo moderno. La ley es idéntica en el mundo real y en el mundo virtual, los delitos son idénticos, no hay excepciones, no hay ampliaciones. ¿Que cuesta mucho educar a los adultos? Pues claro, no hay más que mirar lo imposible que es reconducir a alguien a quien en su infancia nadie le marcó los límites. Hoy tenemos en la red a adultos que crecieron sin que nadie les hiciera ver lo que estaba bien y lo que estaba mal, lo que era correcto y lo que era delito. Así nos va.
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