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David Trueba

DAVID TRUEBA
Director de cine


SER Y ESTAR EN LA POLÍTICA ESPAÑOLA

La política española está inmersa en un síndrome filosófico que la acosa desde hace años. Por un lado, sus protagonistas se devanan los sesos para saber si es más rentable ser tonto o ser malo. Esta cuestión, casi hamletiana, dirige sus acciones y aún no ha sido resuelta. De ella, seguiremos informando. La otra disquisición es la diferencia entre Ser y Estar. Los políticos españoles, profesionales curtidos y experimentados, refuerzan en cada gesto su propuesta de Estar. Pero se olvidan del concepto de Ser. Dimitir les resulta trágico porque se ven desaparecer. De este modo, hemos visto la patética adherencia de Rita Barberá o un tal Gómez de la Serna a sus escaños, pese a que su partido caverna los dejó a la intemperie. Si su apuesta fuera sincera por el Ser, poco importaría dejar el cargo, la responsabilidad, el liderazgo, porque nadie les podría robar lo que son, lo que han hecho. Carentes de una obra digna, los políticos se agarran con uñas y dientes a su sillón. Esta ha sido una clave que ha marcado la crisis vivida en el Partido Socialista en la semana en que el aparato descabezó a su líder, elegido en su día por ese mismo aparato en una maniobra tan triste como la actual. Tendrán tiempo para pedir perdón a sus votantes  por el espectáculo dado, cosa que no harán los barones intocables que siguen dictando doctrina desde sus retiros tan cómodos ni tampoco quizá los militantes que corrieron a insultar a quienes no estaban de acuerdo con su agrupación.

Pero la clave es más honda que unos comentarios chabacanos y superficiales al paso de una crisis puntual, que el tiempo sepultará como lo sepulta todo. La tremenda certeza es que los partidos políticos solo muestran su carácter pétreo cuando detentan el poder. Cuando uno tiene el poder es capaz de sobrevivir a la corrupción interna y las ambiciones particulares. Nada pacifica tanto un partido como el acceso a la caja pública. Quizá lo que sucede es que el partido político es en esencia un invento viejo para el tiempo nuevo. Convertidos en maquinarias de colocación laboral para demasiada gente, la sociedad los percibe cada día más como un obstáculo entre sus demandas y la realidad. Un obstáculo necesario, pero que sería bueno redefinir. Hemos oído a tantos decir en estos días que no hay que situar los intereses del partido por encima de los intereses del país. No hay un solo político que no haya soltado la frasecita. Cada uno que la ha pronunciado ha querido decir, sencillamente, que sus intereses sí son los del país, no como los del otro. Pero la verdad desagradable es bien distinta. Los intereses de un partido nunca van a ser los intereses de un país. No lo serán mientras los partidos no evolucionen a un formato nuevo.

Hace unos meses me pidieron un ensayo sobre el asunto en una biblioteca de insensateces y pensé que los partidos tendrían que funcionar de manera más magnética, atrayendo el talento en lugar de expulsándolo, transformándose en algo parecido a un club de fútbol, que cuando está bien gestionado ficha a los mejores para que representen sus colores, pero no los convierte en jugadores eternos y entrenadores de por vida, sino que los sustituye por alguien mejor que ayuda a renovarlo sin perder el escudo ni la pasión. Los partidos necesitan ser más transparentes, transversales, receptivos al valor de la inteligencia y no tanto a la fidelidad militante. Imbricarse en la sociedad de una manera práctica, dispuestos a escuchar, a atraer, a pensar, en una palabra, a Ser y no tanto a Estar. Mientras esa regeneración llega, seguirán utilizando las ideas con ventajismo, las pasiones de la gente en un beneficio corto y oportunista. Esa reforma esencial no se va a producir en un plazo breve y vamos a asistir a otras tragedias grotescas como la de Ferraz en su infame final de septiembre. Porque el problema no está en las personas, sino en la concepción misma de los partidos políticos españoles. Seguimos necesitándolos, pero en su evolución radica la cura de una democracia en profunda crisis existencial.

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