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David Trueba

DAVID TRUEBA
Director de cine

UNA PARTE DEL MUNDO

No deja de ser llamativo un punto de contacto entre dos de las autobiografías más relevantes publicadas en el último mes. Tanto el repaso en ráfagas cortas que hace Bruce Springsteen de sus muchos años en la cima de la música comercial como el talento de los periodistas Ramón Besa y Marcos López para desbrozar los recuerdos de boca del futbolista español más decisivo de la última década, Andrés Iniesta, se rozan en un rincón muy personal. La confesión de que durante un tiempo importante de sus carreras ambos han sufrido el bocado de la depresión. En ambos casos, la gravedad no ha sido tanta como apartarlos de su faena, pero si en algo coinciden es que la luz de los focos, el deseo de los espectadores por creer perfectos a sus ídolos, impidió que pudieran expresarse de manera abierta. Los problemas personales, y esto es algo que cuenta entender en la era del espectáculo y la superficialidad, son compartidos por todos. La depresión es la enfermedad de nuestra época porque tiene algo de novedoso. Durante siglos, la capacidad del hombre para idealizar su paso por la vida estaba sometida a la realidad. Comer, sobrevivir, salvarse de las amenazas, era la prioridad. Dicho con vulgaridad, la generación de nuestros abuelos estaba demasiado ocupada como para poderse deprimir.

La depresión, que sin embargo ha existido siempre, se desboca con la implantación de los estados del bienestar. La posibilidad de que las personas miren hacia dentro de sí mismos, que tengan espacio laboral para perseguir la realización personal, comporta el peligro del abismo. Los que tuvimos padres de clase obrera nada privilegiada aprendimos de ellos que el esfuerzo y el tesón estaban por encima de sus ambiciones personales, de su intimidad, de su placer. Sin embargo, nuestra generación se enfrentó a nuevos problemas para los que no había solución anterior. La depresión era un enemigo nuevo y como tal se aprovechó de nuestro desguarnecimiento para ejercer su dentellada. Hace muchos años leí una entrevista a uno de esos pocos artistas inteligentes a la par que valientes, el cantante Leonard Cohen. En ella confesaba su creencia de que en el futuro tendríamos que aceptar una clase humana nueva, una división que no tenía motivos sociales o económicos o raciales. Según él el mundo se dividiría entre los depresivos y quienes no lo eran. Me chocó y no he dejado de pensar en ello, de cuestionar la decisión, pero sí de apreciar que alguien viera tan claramente la línea divisoria entre dos maneras de vivir.

Nadie está a salvo del cataclismo. Pero en la búsqueda de la felicidad y la superación de los traumas hay muchos caminos y muchos empeños. La química ha señalado soluciones y criterios científicos, pero a estas alturas parecen más cuestionados que nunca. La primera ayuda para las personas en depresión es sentir que la sociedad, de una vez por todas, normaliza el trato hacia ellos. Que no los condena a un rincón de sicóticos o débiles, sino que los acepta como el resultado obvio de nuestra forma de vivir. Por eso, no es tan raro que algunas estrellas consolidadas aprovechen el ocaso de sus carreras para confesar los estados depresivos, las épocas terribles de su existencia brillante. Se sintieron seguramente tan solos que aún les queda el recuerdo de un tiempo oscuro y sin nadie a quien recurrir, y pueden ayudar a los que vengan detrás. Antes que ellos, el testimonio de muchos ha ayudado a encarar con mejores armas el cáncer, la transexualidad, los abusos y los malos tratos, también ámbitos para los que la sociedad no tenían espacio de comprensión. La llegada de testimonios rotundos sobre el periodo depresivo nos convence de que hay un mundo lateral, una sociedad secreta a la que estamos obligados a prestar apoyo. Ese sector de personas que caen en depresión son una nación en sí misma, apartada y oculta a la que tenemos que visualizar en primer lugar para poder entender. Ya están aquí, tenía razón Cohen, reclaman un mundo en el que puedan vivir sin la presión del éxito, la perfección, la falsa estabilidad, la fingida fortaleza a prueba de todo. Nos necesitan.

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