Hace veintidós años, David Trueba no había dirigido ninguna película y Fernando Ramallo y Lucía Jiménez eran dos adolescentes con el sueño de ser actores. Meses después, serían el trío que estaría en boca de todos en el cine español: la ópera prima La Buena Vida era un relato sobre la transición a la vida adulta, los primeros amores y sobrevivir a la soledad.
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